25 noviembre 2006

Ahora

-Me cuesta estar con él… Me cuesta y me excita- le dije a mi amiga Helena.

Porque después de todo, una puede tener un terapeuta que le sirva de puente entre el inconsciente y la realidad una vez en semana, un par si me apuran, pero, ponerse a compartir cama de forma asidua con uno, puede llevarte al borde del caos. Y si es el que te trata, aún más.

Definitivamente, me gusta el sexo.

No el sexo por el sexo, el de una noche.

No por negarlo a priori, o porque a estas alturas me haya convertido en una mojigata de armas tomar, más bien porque ya no sirvo para eso. Para el trajín que supone conocer, conquistar, decidir, evaluar y echar un polvo, a secas, con un desconocido en menos de una noche.

Tal vez sea cierto que con los años una se vuelve más exigente, más rancia, o que pone el listón más alto que cuando tenía treinta años. Pero ahora no cabe todo dentro de mi manera de concebir el sexo.

Porque el sexo ya es algo más.

Pasa incluso a convertirse en una forma de vida de la que tienes que sacar un provecho aún mayor que el placer en sí.
El placer por el placer llega a no ser placentero.
Necesitas que el orgasmo antes que físico sea mental. Que te penetre de tal forma intelectualmente que cree una dependencia, o como quieran llamarlo.

Solo de esa forma me satisface el sexo en esta época.

Él lo consigue. Se lo gana. Se lo trabaja. Y eso me excita tanto como una noche de lujuria desenfrenada.

-¿Y ese era el problema?- resolvió en decirme Helena mientras terminaba de hacerse su linda manicura francesa- pues habrás puesto una pica en Flandes, maja. Cualquiera sabe que a nuestras edades ya no sirve un mete saca.

-No es eso exactamente Helena.

-Hombre… Si su esfuerzo viene acompañado de una buena joya, siempre es doble esfuerzo- carcajeó tintando de blanco la punta de su uña meñique.

Reí. Helena me sentaba bien porque es mi contrapunto. El que estuviera en mi casa pasando un tiempo me agradaba.

Aunque me cueste reconocerlo, se me hacía difícil llegar a una casa nueva y no encontrar nada en ella. Apenas muebles, apenas nada.
Ni mi pájaro, ni José Luís, ni Albert, ni mi agenda hirviendo como una olla a presión.

A principios de Octubre Helena se ofreció a estar conmigo para pasar esta temporada de horas bajas. Siempre ha sido asidua en ayudar a los desfavorecidos, como si fuera una dama de beneficencia de este siglo.
Helena me hacía falta. Sus caricias siempre son bienvenidas.

-Joder Tacones, pero mira que engancharte con tú terapeuta… Pero si ni siquiera está casado. ¿Dónde está la gracia entonces para tí, niña?

Helena se levantó resoplando a sus manos con una afán digno de mejores causas.

-Estoy a gusto con él Helena. Por una vez creo que tengo una relación normal.

-Tú no eres normal Tacones. Lo que pasa es eso. Además él es, como poco, alcohólico. No tiene muy buena pinta que digamos.

-No me jodas Helena…

-Bueno, sí, formáis una pareja al uso, a vuestro uso, eso sí. Tal para cual. ¿Cuánto te va a durar?

Y no tenía ni idea. Me metí en la ducha.

-Lo que dure me basta.

Mientras caía el agua pensaba en las mil formas en la que habíamos jodido en su gabinete. En las mil formas que quedaban y en cómo, entrar por esa puerta, me hacía sentir lo mismo que una caída libre sin paracaídas.

-Bah… Intelectual, intelectual… Déjate de estupideces Tacones, que nos conocemos… ¿Qué coño te ha dado?- gritó Helena al otro lado de la puerta en una especie de monólogo interno que de repente se había hecho externo- ¿seguro que no te estás drogando o algo así?

-Sí Helena, ahora me drogo más que antes- le contesté con desdén mientras el agua me caía a raudales por la espalda.

-¿Por qué no vuelves con José Luís? Sabes… Te echa mucho de menos.

-No eres mi madre Helena, además, de volver, lo haría con Igor, sólo por joderte, guapa.

-Desde luego, eres insufrible, no me meto más, quédate con tu doctor.

-Bien, me quedo con él…

Y se fue mascullando no sé qué sobre mi estado mental. Estado que, por otra parte, no había estado tan lúcido desde hacía décadas. Tan en forma.

Salí desnuda al encentro de Helena.
La besé para reconciliarme y reconciliarla.

-¿Sabes qué coño me da?

-Déjame que te peine, Tacones… No, ¿qué te da?

Y la llevé hasta a mi cuarto para enseñarle la nueva colección de Tacones.